viernes, 23 de abril de 2010

Huicholes viajeros de leyenda

Hace más de un siglo que habitan la Sierra Occidental. El sol es su ángel protector, el que los guía 40 días para alcanzar la iluminación espiritual

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Quizá sea la manera en que nos miran o las figuritas que tejen en sus pulseras, una protección, dicen. Los huicholes no hacen nada si no tienen un motivo y el primer acercamiento que se puede tener con ellos es el del respeto.

Pampariusi, dice una niña cuando le compro unos aretes de chaquira. ¿Qué me dijiste?, le pregunto, y sonríe para esconderse tras la falda de su madre, una hermosa enagua tejida a mano cuyo significado es mágico, con motivos de animales y plantas: “Todo lo que sucede en este pedazo de tela sucede en la vida real”, me explica Norma y sigue su conversación: “Lo que te dijo fue gracias en lengua huichol”.

En territorio

Estamos a unos kilómetros de la playa, en San Blas y no es inexplicable que esta etnia se mezcle entre los turistas y trate de pasar desapercibida, los asociamos más a Real de Catorce o a Durango, pero Jalisco, Nayarit y Zacatecas, también son dominio wixarika, el nombre etnónimo que se le dio a los huicholes. Según su historia geográfica, la barranca de Bolaños, en Nayarit, es el lugar que los vio nacer.

Sigo a Norma, me advierte que a donde me lleva no podré fumar, ni tomar. Vamos a la Fiesta del Tambor, uno de los ritos sagrados en el que se canta y danza mientras un sacerdote conversa con las diferentes deidades para agradecer la temporada de lluvias. Después de la ceremonia podré comer tortillas azules y probar el tejuino, una bebida hecha a base de maíz fermentado.

Hicimos tres horas de camino en autobús para llegar a Bolaños. El sonido del tepo (el tambor sagrado) nos recibe. Hombres y mujeres han pintado sus rostros y están formados en círculo. Llevan es sus manos unas varas. Tengo ganas de participar, pero no puedo, sólo está permitido ser espectador, esa es la condición para convivir con ellos.

Todos los caminos llevan a Wirikuta

La Fiesta del Tambor es una de tantas celebraciones con las que se inicia la peregrinación a la montaña sagrada

La Fiesta del Tambor se lleva a cabo todos los años durante noviembre, cuando se le da la bienvenida a la cosecha. Es una sensación como de año nuevo. Antonio Vargas, el guía de la compañía que lo lleva desde Riviera Nayarit hasta éste lugar para convivir con los huicholes, me dijo que el significado de esta ceremonia es de purificación.

Estoy a unos metros de distancia de ellos. Veo que los únicos que participan son los hombres. En el centro, una especie de fogata opaca por minutos la luz de la luna. Huele a copal, a incienso. El líder o chamán al que llaman marakame canta “heyana eii, heyana eii” y sigue el ritmo con una sonaja.
Los demás, frotan con la vara que llevan en la mano sus cuerpos. Se hacen una especie de limpia. Al terminar, al decidir que están libres de pecado, arrojan al fuego lo que queda de la rama. Es estremecedor. Tengo una sensación de miedo. Cuando los hombres se retiran del fuego, las mujeres se acercan, se levantan un poco su falda y blusa para recibir el humo. Ahora el olor es como a caña.
Todos por igual agradecen a sus dioses el regalo que la Madre Tierra les ha dado y piden para que no les falte alimento.

El chamán continúa sus cantos y se coloca en los pies la sonaja y un abanico de estambre con figuras de flechas y flores.

Norma, nuestra amiga huichola, lleva en sus manos una cacerolita con tejuino. En esta ceremonia es el elemento principal. Se la hace llegar al chamán, quien moja una flor de color morado en el líquido y rocía con tejuino a todos en señal de purificación. ¡Ahora sí! somos nuevos!, dice Norma y toma mi mano para que me acerque y pruebe junto con ellos la bebida.

Pero esto sólo fue una de cinco sesiones de rezos que se hacen durante la festividad. Entre rezo y rezo hay bailes, risas, comida y buenos deseos.
Al día siguiente los niños son el centro del jolgorio. Los huicholes colocan un altar con la imagen de la Virgen de Guadalupe y un ojo del dios huichol, un tejido en forma de rombo. Simboliza el medio por el cual el dios Kauyumali ve y comprende los misterios del mundo.

Se colocan ofrendas comida, fruta y veladoras. El tambor se toca de nuevo y el chamán hace su aparición. Con el dedo índice de la mano derecha, sus ayudantes marcan con tizne la mejilla izquierda de cada uno de los niños que tienen no más de seis años de edad. La marca significa que los dioses cuidarán al pequeño durante su viaje espíritu.
Al caer la tarde, una parte de las ofrendas se consume y la otra se guarda para llevarla en próximos días a Wirikuta, la tierra mágica de los huicholes, en Real del Catorce, San Luis Potosí.

Cuarentena a pie

Don Jesús de la Torre Santiago, artista huichol y cuyos padres y abuelos veía año con año irse durante dos meses, recuerda que sólo le decían que al regresar le tendrían buenas noticias.

“La idea es llegar al paraíso donde viven los grandes padres y madres. Tatei Matinieri, por ejemplo, es la gran madre de las aguas y quien a través del esfuerzo que los huicholes hacemos durante el peregrinar, nos limpia. Mientras que el Tátara, que es el tatarabuelo, nos muestra la vida, él es nuestra referencia principal”.

El significado que Wirikuta o El Quemado tiene sobre ellos, es que ahí es donde nació el sol, su dios, quien los cuida y guía. De ahí la fuerza que la montaña puede llegar a tener cuando uno sube y logra escalarla hasta su punta.

Jesús dice que la peregrinación es espiritual. Que inicia con la purificación del alma, del curandero de la comunidad que luego de unos días de oración, sale a limpiar a los peregrinos quienes caminarán durante 40 días. Pasarán ayunos y tendrán que hacer tareas especiales. “Llevan poco para comer y abrigarse. Su objetivo es ofrecer lo más valioso que tienen para que el espíritu los transforme y guíe su vida para ver al venado”.

Cuando por fin logran subir a Wirikuta, empieza la cacería sagrada del peyote o el Gran Señor Cola de venado.

No se sabe bien, se mezclan de manera misteriosa; estos tres en realidad son uno solo, así que las flechas de caña que fabricaron como ofrenda, son arrojadas al piso arenoso del desierto y como por arte de magia, una familia de peyotes les da la bienvenida. En tanto, el chamán, canta para pedir perdón al venado por matarlo y querer comer su carne. Luego, suplica su bendición para consumirlo e invita a los demás al festín.

Todos se toman de las manos y solicitan esclarecer sus ojos de adentro para poder ver su vida. Algunos lo logran, pero otros tendrán que regresar el siguiente año con más fe. Este peyote que los ha encontrado debe ser transportado hasta las comunidades donde ya los esperan con una nueva fiesta, la de la paz del alma.

Los peregrinos llegan principalmente de Nayarit, otros bajan de Valparaíso, Jerez y Guadalupe, en Zacatecas, y también de Jalisco y del Cerro Gordo de Durango, todos habitan en la sierra, dicen, que para estar cerca de su dios el sol.

Esta ruta, que trazada en el mapa forma el ojo del dios huichol, ya ha sido inscrita en la lista indicativa de la UNESCO para que se reconozca su valor al igual que sucede con el Camino de Santiago, en España.

Arte mágico con el corazón

El arte de los huicholes esconde simbolismos insospechados en sus formas, técnicas y materiales. Su visión es cosmogónica
Collares, animales, máscaras y hasta murales han sido reconocidos en todo el mundo gracias a Mariano Valadez, artesano huichol de la región de Santiago Ixcuintla, Nayarit.

Lo hace porque es parte de su cultura. Sus tablas huicholas han estado expuestas en San Antonio y en el Museum of Natural History de Nueva York.

Le gusta tejer estambre y ayudar a las mujeres de a bordar el traje huichol. “Imaginación es una de las primeras cosas que hay que tener para realizar este trabajo”, dice Mariano.

El siguiente paso es el colorido —se llega a utilizar más de 50 tonos diferentes— y el balance escénico de lo que haces: “Pero ante todo hacerlo con corazón”, continúa.

Hacer cada pieza, va más allá de lo comercial: “Pensamos que el hombre debe colaborar con las deidades para mantener el orden cósmico”. Y es que, desde hace 40 años, agrega don Mariano, todo lo que se plasma son códices de la simbología religiosa del mundo huichol.

“Si me pides que te explique cómo nace o quien dijo que un águila se dibujaba de esta forma, es difícil de responder. Las creaciones se basan en lo que nos enseñan de niños, el orden debe estar ligado a la naturaleza y al hombre, esa es la relación simbiótica que impregna todos los aspectos de nuestra vida y mitología”.

Los motivos más populares que se pueden observar en collares, aretes y pulseras son las plantas, animales y escenas de sus celebraciones.

Dice don Mariano que una de sus tablas más populares entre los extranjeros es una donde se ve cuando es sacrificado el venado para la ceremonia, en ella el chamán tiene la obligación del sacrificio para pagar su manda a los demás, ya que junto con su familia hacen la fiesta y llevan las ofrendas a la cueva sagrada donde el espíritu de los dioses baja.

De chaquira

Es la más común de las artesanías huicholas. Se utilizan diminutas cuentas de vidrio para decorar cestas o máscaras y para hacer joyería. Lo que hacen es dibujar lo que han soñado.

El trabajo se elabora sobre una pieza de cera, ahí pegan el estambre que tomará la forma de los cuernos de venado y después se coloca una a una las chaquiras. No hay dibujo, los artesanos lo hacen con la imagen guardada en su memoria.

Julieta Medina, directora del Museo Zacatecano, explica que el origen de este arte se encuentra en el nierika, tablilla votiva realizada originalmente con lana teñida de flores, en la que los huicholes plasmaban sus contactos con lo divino a partir de la ingesta del peyote.

“En los años 60 la demanda de este tipo de obras y la introducción del estambre sintético, provocó un cambio en la técnica hacia cuadros más barrocos. El proceso sigue siendo el mismo: sobre una tabla de cedro cubierta de cera de abejas silvestres recolectada en la sierra.

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