domingo, 25 de abril de 2010

Los huicholes: relato en el libro 14 voces por un real

Yo fui inspector escolar. Tengo más de veinte años de estar jubilado; cuando alcancé ese puesto fue la máxima satisfacción de mi vida profesional. Antes era maestro, primero rural y luego de la ciudad, pero poco a poco fui ascendiendo hasta llegar a ser lo que fui dentro del magisterio.

Nací en Valparaíso, Zacatecas. Mi padre se crió en la hacienda de mi abuelo Sebastián Mendoza, allá por los rumbos de Capistrano, y mi madre es oriunda de Real de Catorce. La Revolución los afectó muchísimo y todos vinieron a menos. Mi abuelo murió en las balaceras y así se perdió la hacienda. Fue entonces cuando mi abuela se mudó a Valparaíso. Por mi lado materno la cosa resultó parecida: mi abuelo Rufino tuvo su mina en Real de Catorce, pero con la debacle se fue a vivir a Zacatecas, abandonando todas sus tierras que para entonces ya no servían para nada. Mi madre creció en Zacatecas y allí conoció a mi padre. Se casaron y vivieron felices en Valparaíso, donde mis hermanos y yo cursamos la escuela. Hice la normal en Zacatecas, pero, como dije, mis primeros trabajos fueron en las áreas rurales del estado. Años después ingresé al sistema federal y me asignaron otros puestos, como ése de inspector, el cual me ofreció la satisfacción de conocer tantos lugares muy remotos fuera de mi estado que, en otras circunstancias, probablemente jamás hubiera visitado.


Cuando uno crece en Valparaíso se acostumbra a ver a los huicholes en sus peregrinaciones rumbo a los territorios de Catorce, en el Altiplano potosino. Desde niños los veíamos pasar, y mi padre nos contaba muchas historias de ellos. Resulta que en años anteriores los huicholes pasaban por la hacienda de mi abuelo, y ahí paraban (no en la casa grande, sino en las tierras), pues mi abuelo los conocía bien y les permitía quedarse junto a los aguajes. A mí no me tocaron esas épocas, sin embargo años después sí me fue posible acercarme a varios grupos de huicholes, ya cuando yo era inspector escolar.

En mis primeros años en ese puesto me asignaron la sierra del Nayar. Iba yo a las escuelitas de poblados como El Ángel, El Pastor, La Ciénega, La Cofradía, Mesa del Nayar, Jesús María, San Juan Peyotán, Nayar e incluso a Santa Teresa, entre otros, donde la mayoría de los habitantes son huicholes de pura sangre. Siempre ha sido difícil entrar allá, los caminos son muy malos y peor aun en aquellos tiempos, con esas terracerías y barrancas de miedo. Regularmente volábamos en una avionetita hasta La Mesa, y de ahí seguíamos por caminos, en jeeps, camionetas o inclusive en lomo de bestias.

Si llegar allá era harto difícil, más dificultoso era ser admitidos por esa etnia porque siempre ha tenido gran recelo contra los blancos, contra «los españoles», como ellos nos llaman. No obstante, yo pronto me identifiqué con ellos y fui ganando su confianza. Los más viejos recordaban las historias de cuando sus antepasados cruzaban por las tierras de mi abuelo Sebastián, a quien le debo el nombre. Así fue cómo me aceptaron. Por los cuentos de mi padre yo sabía que en una ocasión, hace ya muchísimos años, unos huicholes que regresaban de su peregrinación fueron perseguidos por encomenderos «españoles», y mi abuelo los protegió en su hacienda. Desde entonces, con mucha gratitud, nuestro apellido quedó grabado en la memoria de esta gente.

La verdad es que conviví poco con los huicholes porque mis estancias eran muy cortas. Iba a esos poblados dos veces por año, y conforme me fueron viendo más y más, los pobladores terminaron por reconocerme como amigo. Fue precisamente en el pueblito de El Ángel donde hice buena amistad con Camilo, un hombre viejo, serio, delgado, bajo de estatura; de facciones y piel duras, pelo cano y largo, bigote ralo y una incipiente piocha blanca; siempre vestía sus atuendos tradicionales y coloridos de manta bordada, sin faltarle el paliacate. En ese entonces, yo no comprendía bien el modo de pensar de los huicholes, ni sus jerarquías (aunque no puedo presumir de que ahora los entienda), pero poco a poco fui conociendo un poco más de su mundo. Fue así como me percaté de que Camilo era el Maraakáme de su pueblo, algo así como el guía, el chamán, el sabio.

Nunca me tocó participar en alguna de las ceremonias importantes de los huicholes, y mucho menos hacer la peregrinación a los territorios de Catorce que, según entiendo, es todo un reto a la fuerza humana, sin dejar de mencionar cuán maravilloso debe ser el cruzar las sierras para llegar a las llanuras y, finalmente, al desierto, donde vive el hermano mayor de los huicholes: el peyote-venado.

Con Camilo pasé largas noches de plática. Tomábamos café, que yo les llevaba como regalo, comíamos galletas o pan y fumábamos cigarrillos. Al principio me era imposible fumar uno de los cigarros del tabaco de ellos, que le llaman yé, el cual viene siendo similar al tabaco que nosotros conocemos, pero en realidad es tabaco silvestre, mucho más fuerte que el cultivado. A Camilo tampoco le gustaban mis Baronet o cualquier cigarro con filtro. De todas maneras, después de varias visitas pude fumar ese fuerte tabaco, aunque creo que me provocaba ciertos delirios que, años después con la boga de las drogas, se conocerían como alucinaciones. No creo que el tabaco ése me causara alucinaciones propiamente dichas; pero sí me hacía sentirme un poco difuso, como si mi percepción fuese diferente.

Nuestras charlas no se hacían en privado. No. Siempre había hombres y mujeres alrededor, escuchando las sabias palabras y consejos de Maraakáme, y, por qué no, las historias que yo contaba.

Fue en una de mis últimas visitas, poco antes de que me cambiaran de distrito, al norte de Zacatecas, cuando le pedí a Camilo que me hablara más de su pueblo, de sus tradiciones y costumbres, de sus peregrinaciones a las cercanías de Real de Catorce. Le dije que anhelaba conservar sus narraciones, como recuerdo de nuestra amistad. Él se mostró satisfecho.

Cabe mencionar que hoy en día los huicholes siguen siendo una raza muy cerrada, pese a que cada vez arriban más sociólogos, antropólogos, escritores, sacerdotes, médicos, servidores sociales y curiosos (metafísicos y drogados) a querer avenirse con y hacer estudios de ellos. Pero, de todas formas, aún existen comunidades tan alejadas que poco o nada de contacto tienen con «los españoles», tal como es, o era, el caso de mis amigos en la localidad de El Ángel. Los únicos «españoles» que llegábamos éramos el maestro y yo; raras veces aparecía gente que andaba haciendo censos de población, salud y vivienda. Este alejamiento era para “mantenernos limpios y puros”, según palabras de Camilo. En aquellos tiempos los niños aprendían sus lecciones en castellano, sin embargo ahora ya tienen escuela bilingüe, que siento es lo más adecuado para que no pierdan la esencia de su pueblo, el idioma, el cual los identifica entre sí y mantiene vivas sus tradiciones y creencias.

En fin. Esa noche que me platicó de los viajes a Catorce, yo ya tenía preparado un cuestionario, que se fue modificando conforme avanzó la «entrevista». Eran tiempos cuando uno no contaba con grabadoras portátiles; creo que este relato hubiera salido mejor con una de ésas, pero de todas maneras me gustó mucho entonces y me sigue gustando. Una cosa tengo que decir: aunque la mayoría de los huicholes habla castellano, su dicción no es muy buena que digamos, aparte de que sus enunciados son relativamente cortos. Camilo no fue la excepción, a pesar de a su alto rango. Mas sin embargo, cuando reproduje el cuestionario, yo traté de mantener su narración lo más fidedigna posible, sólo con algunos cambios sin importancia y oraciones más largas para darle concordancia. De igual modo, según entiendo, el lenguaje huichol utiliza apóstrofos para separar palabras, y acentos dobles en algunos casos, pero como no entiendo ese sistema a la perfección, no supe dónde poner los apóstrofos y sólo dejé un acento, en el sitio que se entona la palabra. Ah, también utilicé paréntesis para explicar el significado de algunas palabras o hacer comentarios míos.

Al caer la noche, las remembranzas y el revivir una experiencia mística daba a los huicholes ahí reunidos una expresión de absoluta seriedad. Estábamos todos afuera de una casa típica, una especie de enramada rústica, rectangular, con paredes de adobe y carrizo. Los hombres sentados alrededor del fuego, unos perros echados ahí cerca también; las mujeres, siempre vestidas con sus faldas largas y coloridas, a discreta distancia o adentro de la cocina echando las gordas. La luz de la fogata producía largas sombras, mostraba otros rasgos en los rostros de ellos. Cuando las brasas chisporroteaban, era como si el fuego estuviera vivo. La atención de los escuchas era total. Pero asimismo ellos tienen un gran sentido del humor. ¡Cuánta risa les causó a todos los presentes el percatarse de los garabatos que yo iba escribiendo en mi libretita! ¡No conocían la taquigrafía! Pero me estoy desviando, volvamos a las costumbres de mis anfitriones.

—Dime, Camilo, ¿por qué van ustedes a Catorce?

—¿A dónde?

—A Catorce. La peregrinación que hacen ustedes.

—No, nosotros vamos a Wirikúta, la tierra sagrada de nuestros ancestros.

—¿Desde cuándo hacen esa peregrinación?

—Siempre. Todos los huicholes y nuestros antepasados van a Wirikúta.

—¿Cuántos días les toma para llegar allá?

—Es la cuenta de veinte. Veinte de ida y veinte de regreso, pero hay hermanos que toman más tiempo porque viven más lejos, como los de Mesa, los de Bules, los de Santa Teresa.

—¿Y los que viven más cerca, como los de Tuxpan de Bolaños?

—Viven más cerca, pero llegan en veinte días.

—¿Sabes cuántos kilómetros son de este pueblo hasta allá?

—Sepa… para nosotros son veinte días.

—Mira, según entiendo hay lugares de esta sierra que quedan tan apartados como cuatrocientos o cuatrocientos cincuenta kilómetros hasta el distrito de Catorce, de Wirikúta.

—Ah…

—¿Tienen ustedes una fecha en particular para la peregrinación?

—Vamos siempre después de las lluvias (octubre-noviembre) o al comenzar la primavera.

—¿Nunca van antes o después de esas fechas?

—Nadie hace eso porque tiene que ser en pasando la ceremonia de las nubes (algodón), y la de otoño, cuando los niños, el tepu, el maíz nuevo y las calabazas ya están maduras.

—¿Quién confecciona el tepu? (Tambor chamánico de forma vertical, que se hace con un tronco hueco de encino, que queda abierto en la parte de abajo y cerrado en la de arriba con cuero de venado. Se sostiene sobre tres patas de la misma madera.)

—Maraakáme; es el único que lo toca.

—¿Por qué?

—Es la tradición. Él lo hace y él lo toca nomás. Su sonido es como el canto divino que escuchan los dioses; Maraakáme tiene el poder de comunicarse con ellos.

—¿Quiénes van a la peregrinación?

—Puede ir cualquier huichol, pero no todos van en su vida. Los que se quedan comoquiera participan en las ceremonias anuales antes o después del viaje. Unos han ido muchas veces, hasta veinte o treinta, pero la mayoría van nomás una vez en su vida. Los Maraakáme van muchas veces porque son los guías de su pueblo.

—¿Cuántos peregrinos van normalmente?

—No importa el número, pero van siempre los representantes de los espíritus.

—¿Los espíritus? ¿Quiénes son ellos?

—Tatewarí (el fuego) es Maraakáme, Teyaupá (el sol), Samúravi (hermano coyote), Tsakaimuka (el que captura al venado), Tatutsí (el bisabuelo), Tatei Utuanaka (diosa del maíz), Xuturi Iwiékame (la madre de los hijos), Wawemé (árbol grande), Rurawémuieka (deidad de las estrellas), Tutú (flor), Eaká tewaeí (deidad del viento). Y muchos más, con sus apelativos.

—¿Siempre son los mismos?

—Pueden ser también otros. Depende de la peregrinación. Maraakáme no sabe. El espíritu le dice en los sueños.

—¿Quién les asigna los nombres? ¿Maraakáme?

—Maraakáme tiene la visión del sueño. En el sueño él sabe quién lleva cuál nombre.

—¿Cuál es el principal propósito de esa peregrinación?

—Cada hermano tiene un propósito. Unos van a Wirikúta para cumplir una manda, cuando han pedido salud para ellos y sus familias. Otros van cuando Maraakáme así les pide. Maraakáme va porque quiere ser un buen Maraakáme, y tiene que ir como mínimo cinco veces en su vida, aparte de haberse bañado unas cinco veces, cuando menos, en las aguas del mar.

“La peregrinación nos ayuda a alcanzar lo que queremos: hijos, lluvia, salud, protección contra los brujos y los cielos enojados (relámpagos); también para protegernos de nuestros vecinos malos (mestizos) porque ellos nos roban las tierras, matan nuestros animales y explotan nuestros bosques; matan a nuestros niños, se roban nuestras mujeres. También vamos para ganar visiones bonitas, para oír las voces de los espíritus de nuestros antepasados y que ellos nos den su guía. Pero el principal propósito es que todos queremos ser huicholes de verdad, queremos recobrar nuestra vida.

—¿Recobrar su vida?

—A este mundo todos nosotros llegamos incompletos. Pero después de un viaje a Wirikúta ya quedamos más enteros.

—¿Cómo está eso?

—El espíritu regresa a uno y así nos completamos.

—¿Qué se necesita para ser un Maraakáme?

—Es la responsabilidad más grande que uno tiene. Primero hay que ir al menos cinco veces a Wirikúta para conocer el camino y sus peligros, y siempre demostrar que es un buen conductor de psicopompo (almas) porque hay que guiar a nuestros compañeros por los obstáculos del mundo, por la puerta de las nubes que chocan y llegar a las hermosas montañas sagradas, donde siempre nos esperan nuestros antepasados.

“Maraakáme debe también demostrarle a los demás que puede vivir sin agua ni comida, y sin dormir, porque en las noches, cuando todos descansan en círculo alrededor del fuego sagrado, Maraakáme está en vela, vigilando que no lleguen los peligros del mundo y de nuestros enemigos, y sorprendan a todos dormidos y acaben con ellos.

—Dime, ¿cualquiera puede ser un Maraakáme, yo, por ejemplo?

—No, maestro. A Maraakáme lo designa el poder del espíritu del hermano mayor. Usted no puede llegar a ser Maraakáme porque usted es «español». Con decirle que ni siquiera nuestras mujeres pueden llegar a convertirse en Maraakáme porque eso es nomás para los hombres. Algunas huicholas alcanzan poderes muy importantes, pero nunca son guías de un pueblo.

—¿De quién aprende un Maraakáme?

—De otro Maraakáme, pero más que nada de la experiencia que da la vida y los viajes, que nos hacen quedar completos como humanos y como espíritus. El Maraakáme viejo nos enseña los cuentos de nuestros antepasados, nuestra historia, que luego uno platica a los demás. También aprendemos de él todos los detalles de cada ritual en los lugares sagrados de la ruta, pero más importante en el país del híkuri (peyote). Maraakáme debe ver con el ojo del espíritu porque sólo así uno reconoce las huellas del híkuri-venado y ve el alma de Wawatsári (hermano mayor, el venado principal) salir de su cuerpo cuando uno lo mata con las flechas. El alma de Wawatsári es muy hermosa, muy brillante, más hermosa que el arco iris de la lluvia en el cielo.

—Aparte del Maraakáme, ¿quién más puede ir a una peregrinación?

—Puede ir cualquier huichol. Hombres, mujeres y niños.

—¿También los niños?

—Ellos son matewáme (novicios) y necesitan conocer lo hermoso de nuestra vida, la belleza de nuestras tierras y las penas del recorrido por este mundo.

—Pero ¿no es muy duro para ellos?

—Es duro para todos el viaje a Wirikúta. Pero los matewáme tienen que sufrir como todos hemos sufrido. Cuando nuestra carne sufre, el espíritu se hace fuerte contra los conjuros de los brujos malos.

—¿Qué tienen que hacer todos para ir al viaje?

—Todos primero tienen que juntar las ofrendas que van a llevar a Wirikúta, al viaje, porque las ofrendas las vamos dejando por ahí. Aquí en el rancho todos dejan las ofrendas en kalíwei (el templo) hasta que sea la hora de irnos. Pero antes de esto nadie debe tocar sal, ni chile ni tomar cerveza. Nomás pueden comer tortillas duras y tomar muy poquita agua. Cuando todos estamos listos, empezamos el viaje.

—¿Por cuánto tiempo hacen este ayuno?

—Días antes del viaje y luego durante el camino de ida, hasta que Maraakáme ordena lo contrario.

Camilo relató todos los detalles iniciales de la peregrinación, desde que salen de El Ángel, cruzan las serranías, las cañadas, los ríos, pasan por las antiguas tierras de mi abuelo, luego a un lado de Valparaíso, siempre sin detenerse, hasta llegar a Zacatecas, donde empiezan las ceremonias previas a entrar al país del peyote. Luego continuó:

—A mitad de viaje, después de Zacatecas, la primera puerta tenemos que cruzar, la de la entrada a las nubes, y luego la segunda, donde las nubes se abren. De ahí pasamos a la «vagina» y después a donde las nubes chocan. Son pasos llenos de peligros, donde la muerte puede alcanzarnos. Gracias a Káuyúmari (el espíritu auxiliador del venado) nadie sufre ningún daño. La puerta donde las nubes chocan es la peor de todas, pero si logramos cruzarla, entonces podemos entrar a Tatéi Matiniéri (los sagrados manantiales de la fertilidad), donde vive nuestra madre. Ésa es la casa de la madre lluvia en donde sale el sol. Desde ahí nos vamos derechito a Wirikúta, para ser recibidos por Niwetúka me (la gran madre de todos los niños), y ella nos entrega el kupúri (alma, la fuerza vital que da la vida).

“Maraakáme es siempre el primero en cruzar las puertas. Cuando pasa la última, deja su arco y sus flechas atravesadas sobre el takwátsi (canasta de chamán donde se guardan los instrumentos ceremoniales y una jícara) apuntando hacia la salida del sol, rumbo a Wirikúta, porque hay que señalar el camino. Pero primero, en esa puerta donde las nubes chocan, Maraakáme adelanta el pie, levanta el arco y camina de frente, mientras pone su boca en el arco y golpea la cuerda con una flecha. Luego agradece a Kauyúmari por detener la puerta con sus cuernos para que todos pasen lo más rápido posible.

—En las anécdotas de ustedes, ¿hay algunos peregrinos que no han cruzado esas puertas?

—Es muy peligroso y ahí se puede fracasar. Unos han regresado sin ver a Wawatsári.

—¿Cómo sucede este fracaso?

—Accidentes, cosas malas, Wawatsári se esconde.

—¿Qué piensan los demás huicholes de los que fracasaron?

—Un hermano no juzga. No hay sentimientos de nada. Uno toma las cosas como son; sabe que luego volverá a intentar.

—¿Qué hacen después de cruzar el lugar donde las nubes chocan, hay algunas ceremonias antes de entrar en Wirikúta?

—Nadie puede entrar a Wirikúta ni puede cazar a híkuri-venado sin estar limpio de todo. Primero hacemos la confesión y luego la purificación. Los cazadores (peyoteros) deben contar a todos sus aventuras con otras personas, desde que ya son mayores hasta el presente. Todos dan los nombres de las personas con quienes se han aparejado (tenido relaciones), y no importa que los esposos o esposas estén presentes. A los más viejos se les permite acortar los relatos porque si no se hace muy larga la cosa. Y a los chamacos no se les pregunta. Bueno, sí se les pregunta, pero no tienen nada que contar todavía.

—¿Y no se enojan los cónyuges si saben que su mujer o su esposo ha tenido relaciones con otros hombres o mujeres?

—Uno se encela, pero es parte de la purificación. Ahí tenemos que olvidarnos de resentimientos, corajes, celos, envidias. Si alguien no queda limpio de eso, su paso en el país del peyote será muy malo. Pero un huichol nunca se arrepiente, nomás acepta las cosas como son.

—¿Cómo se hace la ceremonia de confesión?

—Maraakáme primero prende el fuego sagrado y todos se sientan en círculo, cerca del fuego. Luego todos los viajeros cuentan sus historias, sin olvidar nada. Maraakáme tiene en sus manos una soga y su muviéri (penacho de chamán); a sus pies tiene a Kauyúmari (el espíritu auxiliador del venado, representado con dos cornamentas) y el takwátsi. Entonces Maraakáme escucha las historias de cada huichol y hace un nudo en la cuerda por cada uno de nosotros. El primero que cuenta sus aventuras es el Tayaupá (representante del sol en la peregrinación) y luego los demás, de acuerdo a su jerarquía.

—¿Por qué hacen este rito de confesión?

—Es que el viaje a Wirikúta es muy arduo, y uno tiene que ir limpio de su pasado y de su carga sexual.

—¿Y cómo es la purificación?

—En la purificación todos los peregrinos ponen primero una mano en el fuego y luego la otra. Los más valientes brincan sobre las llamas. Las mujeres se alzan las enaguas para que el humo suba por entre sus piernas y se meta en ellas, para que queden limpias por dentro también.

—¿Nunca se queman?

—Nadie tiene por qué quemarse, pero si alguien no hizo su confesión correctamente, sí se quema y eso lo limpia.

—¿Qué hacen después de eso?

—Maraakáme es el transformador, él que hace y deshace. Él enrolla la soga, ya llena de nudos, y la echa al fuego para que se convierta en cenizas.

—¿Cuáles son las peores ofensas entre ustedes?

—No tenemos castigos nosotros para nadie porque la confesión y la purificación en el fuego sagrado limpian los pecados. Pero cuando alguien se apareja con sus hijos o sus padres (incesto), o con los «españoles», los corremos de nuestro pueblo y su verdadero castigo será después de la muerte porque nuestros antepasados no olvidan.

—Dime, Camilo, ¿por qué mezclarse con los «españoles» es tan malo?

—Los «españoles» siempre han sido crueles con nosotros. Como ya te dije, se roban nuestras tierras y matan a nuestra gente. Pero esto viene de más atrás, de los días cuando llegaron los primeros blancos a estas tierras. Aquellos eran hombres malos que hacían esclavos a los huicholes, y a nuestros hermanos coras, tepehuanos y rarámuri, y a todos los dueños de estas tierras. En las peregrinaciones nuestros antepasados pasaban por Zacatecas y otras ciudades mineras, y los «españoles» los capturaban para hacerlos trabajar en las minas.

“Wirikúta queda muy cerquita de las minas de plata, ¿no? Los huicholes tenían que viajar de noche, siempre alertas, pero muchas veces no tuvieron suerte. ¿Cuántos de nuestros hermanos nunca regresaron del viaje a Wirikúta? ¡Cuántos! Eso no lo hemos olvidado, es por eso que tenemos prohibido mezclarnos con los «españoles» de ahora, aunque no todos son malos y con algunos somos amigos.

—Entonces, una vez terminada la confesión y la purificación, ya pueden entrar a Wirikúta, ¿verdad?

—Todavía falta algo. Maraakáme toma otra cuerda y camina, de aquí para allá (derecha a izquierda), con el muviéri (flecha ceremonial con plumas de halcón) frente a todos los peregrinos. Los toca con las plumas del muviéri y hace un nudo en la soga. Esto es para que todos vayan juntos de un solo corazón. La cuerda es como la tripa del ombligo cuando uno nace (el cordón umbilical).

—¿Esa cuerda no se echa al fuego?

—¡Nunca! Maraakáme conserva la cuerda anudada todo el tiempo durante el viaje a Wirikúta, y al regreso es desanudada.

—¿Quién la desanuda? ¿Maraakáme?

—Cuando ya estamos de regreso, hacen un círculo todos los peregrinos y pasamos la cuerda dos veces alrededor de los hermanos. Cada uno de ellos deshace un nudo. Con eso termina el viaje y sabemos que la transformación de los peregrinos ha quedado completada.

—Bueno, regresemos un poco. ¿Qué hacen cuando entran en territorio de San Luis Potosí, o sea, antes de llegar al país del peyote? ¿Hay algo especial ahí?

—Todo el camino es especial. Pero ahí, en el hermoso desierto, llegamos a Tatéi matiniéri (los pozos sagrados de agua). Ahí viven nuestras madres porque el manantial es el agua de la vida. También cerquita viven Toimáyau (las madres de los niños).

“Entonces hacemos otra ceremonia. Maraakáme mete la punta de madera de su muviéri en algunos Tatéi matiniéri, remueve el agua y primero la avienta hacia las cinco direcciones del mundo y luego sobre los peregrinos. Después purifica el bule. Entonces todos nos lavamos y nos purificamos con el agua (que es en realidad el primer «baño» en muchos días).

“Cuando un huichol ha quedado lavado y fresco con esa agua, puede entonces ver el país del peyote; queda en el horizonte hacia donde el sol se levanta todas las mañanas. Luego Maraakáme pide que todos los peregrinos, uno a uno, vengan ante él. Cuando cada uno pasa, él le da a tomar toda el agua del bule y luego le dice que coma tortillas y galletas remojadas con agua sagrada. Cuando todos terminan de tomar agua y comer, nos ponemos en fila, ajiladitos, y juntos cruzamos Wakirikítema (la puerta de entrada a Wirikúta). Así entramos al sagrado jardín de los abuelos.

—El sagrado jardín de los abuelos, ¿dónde queda eso?

—Ah, ésa es la tierra que abarca todo el horizonte, mucho más allá de donde vive híkuri. Ahí hay dos montañas: Wirikúta (donde en realidad se caza al venado-peyote) y Tsinuríta (donde al parecer también crece peyote en las laderas). Tsinuríta es la imagen de Wirikúta como si la ves en un espejo o en un charco de agua limpia. En los picos de las dos montañas viven los kakauyarixí.

—Los kakauyarixí, ¿quiénes son ellos?

—Son los sobrenaturales, los espíritus de nuestros hermanos que ya no están aquí. Hay unos buenos y otros malos.

—Oye, Camilo, no habías mencionado Tsinuríta para nada. Me imagino que Wirikúta es más importante.

—Wirikúta es más poderoso. Pero el más sagrado de los picos de Wirikúta es Unáxu (cerro quemado) porque ahí nació Tayaupá (el sol). Su imagen en la sierra de Tsinuríta es la montaña de Tatewarí (el gran espíritu del fuego). Tatewarí también tiene su montaña sagrada aquí en nuestras sierras, cerca del mar (la costa del Pacífico).

—¿Suben ustedes a Unáxu?

—Tatewarí o Tamátsi Wawatsári (el venado principal o hermano mayor) enseña a Maraakáme. Le dice qué deben hacer los peregrinos. Muchas veces sólo Maraakáme sube a Unáxu; otras va acompañado por algún hermano huichol.

—¿Qué sienten ustedes cuando ven a Wirikúta en la distancia?

—Un huichol nunca habla de lo que siente, tampoco de lo que ve. Pero es muy hermoso. El rancho donde uno vive es muy feo, pero en Wirikúta todo es muy verde. Ahí uno come con satisfacción como a uno le gusta, siempre en medio de las flores más bonitas que hay en el mundo.

—Entonces, cuando llegan a Wirikúta empieza la cacería, ¿verdad?

—Hay que levantar los campamentos de cacería de Wawatsári primero.

—Los campamentos, ¿cuántos son?

—Depende de cuánta gente ha hecho el viaje. Pero casi siempre son dos, que quedan a medio día de camino entre sí. Depende de dónde se encuentre a híkuri.

“Cuando el campamento está listo, antes de empezar la cacería, los hikuritámete (cazadores de peyote) recogen palos y ramas secas de gobernadora para hacer las fogatas. El fuego es la comida de Tatewarí (gran espíritu del fuego), y siempre lo prende Maraakáme. Cuando el fuego arde, Maraakáme escoge un tizón rojo, el kupúri (alma, fuerza de la vida) de Tatewarí, y lo echa en una bolsa ceremonial que siempre lleva con él aquí, alrededor del cuello, cerquita del corazón.

—¿No se quema con el carbón?

—La bolsa es especial y el tizón protege al cuerpo y al espíritu. Un Maraakáme no se quema.

—¿Y qué hace con el carbón?

—Lo lleva aquí, cerca del corazón, porque es el kupúri de Tatewarí.

—¿Cuándo empieza la cacería?

—Después de que ya se prendió el fuego. Entonces todos caminamos lejos, muy lejos (que en realidad significa cerca, muy cerca), porque Maraakáme ya sabe que Tamátsi Wawatsári (el venado principal) los está esperando. Mientras caminamos, Tatutsí (personificación del bisabuelo), que es otro de los cazadores, toca música con su arco porque tenemos que hacer feliz a Wawatsári (el hermano mayor, venado-peyote), antes de su muerte que ya está cerca.

—¿Por qué dices que el peyote es un venado?

—Híkuri no es nomás una planta, es también venado y maíz, y uno lo distingue por el color, ya que son cinco los colores sagrados del maíz entre nosotros: amarillo, azul, blanco, moteado y rojo. El azul es el más poderoso.

—Muy bien, entiendo. ¿Qué pasa cuando alguien encuentra el «venado»?

—Bueno, el primero que debe encontrarlo es Maraakáme porque él es el guía de su gente, él es el que lo puede ver con el ojo del espíritu. Entonces Maraakáme siempre va al frente de los cazadores, y cuando encuentra el venado, apunta la primera de sus flechas y la dispara. Nunca falla en enterrarla en el corazón (la corona) del híkuri más cercano. Si no pega en la mera corona, tiene que tirar otra y otra; nunca más de tres. Después usa el muviéri y con la mano la clava en la tierra, para que así sean cuatro flechas, una para cada rincón del mundo. Luego Maraakáme mira de cerca a híkuri. Cuando es de cinco puntas sabe que es un buen augurio, pues son los más bonitos y poderosos.

“Luego Maraakáme saca de su takwátsi (la canasta sagrada) las plumas para barrer a Wawatsári, porque su kupúri se escapa y Maraakáme tiene que detenerlo. También le echa sangre de algún animalito porque la sangre es vida.

—¿Cómo ve Maraakáme el espíritu del venado-peyote?

—Muy bonito. Es más bonito que el arco iris del cielo. Los rayos de su kupúri salen para arriba, pero Maraakáme los detiene con las plumas. Si kupúriuri se escapa, el híkuri no sirve y la cacería es un fracaso.

—Entonces Maraakáme protege al espíritu del venado. ¿Qué hace luego, lo corta?

—Antes Maraakáme habla con el kupúri de Tamátsi Wawatsári y le pide perdón por matarlo, pero le dice que en verdad no ha muerto, pues crecerá de nuevo. Todos los peregrinos repiten las palabras de Maraakáme, pidiendo perdón al hermano mayor y le entregan las ofrendas que le han llevado: yé (tabaco), agua de Tatéi matiniéri (de nuestras madres, las pozas sagradas), maíz, tamales y las plegarias.

“Después corta el híkuri en los gajos que tenga (cuatro o cinco) y Maraakáme mete las piezas en el yékwei (bule sagrado). Esto se repite en otros bules y con otras plantas que, para entonces, ya han cortado otros hermanos. Tiene que haber suficiente híkuri para que cada peregrino alcance un gajo para comer, pues es la carne del hermano mayor. Maraakáme come primero, tomando un gajo en sus manos, lo pone aquí en su cabeza, en la frente, en los ojos, en la boca y en el corazón antes de masticarlo. Luego cada peregrino recibe su gajo y hace lo mismo. Maraakáme le dice: “Máscalo bien, máscalo bien, porque así podrás ver tu vida.” Todos los hermanos toman su yekwé-te (bule de tabaco) y lo colocan cerca de las cavidades donde se cortó el híkuri.

—¿Todos llevan un bule?

—Se cubren con piel los bules, especialmente de huevos (escroto) de venado porque son los más poderosos. Todos los hermanos tienen uno.

—Cuando hay niños entre los peregrinos, ¿también a ellos les dan peyote?

—No, a los nunutsi (bebés) no. Pero cuando un chamaco ya tiene los tres años, se le hace una prueba. Si lo come con gusto podrá convertirse en Maraakáme, si no le gusta, puede que nunca llegue a ser un Maraakáme. Los matewáme (novicios) sí comen híkuri.

“El híkuri nos quita el hambre y la sed, cicatriza las heridas y previene las infecciones. Lo más importante es que restablece nuestro espíritu.

—¿Entonces todo el peyote es bueno?

—Hay otro híkuri, que llamamos tsuwirí (falso peyote). Ese crece también en Wirikúta y se manifiesta como verdadero híkuri a los que no se han purificado por completo. Ese tsuwirí es malo y engaña a la mente y al espíritu del huichol. Esto se lo tiene que decir Maraakáme a su gente para que tengan cuidado. Cuando ya todos lo saben, empieza la cacería. Todos se desbalagan solos entre el país del híkuri y saben que el híkuri se esconde bien, por eso tienen que estar muy alertas siempre.

“Cuando ya se ha ido cazando híkuri, la mayoría de los cazadores se dan regalos de él. Intercambian pedacitos o venados completos, que comen con agrado.

—¿Cómo cortan el peyote?

—Todo híkuri tiene que ser cortado y desenterrado con mucho cariño y cuidado. Nada se debe dejar tirado porque el espíritu se enoja y no permitirá que lo saquemos de su tierra. Al cortarlo no se saca entero, sino que se le deja la raíz para que crezca otra vez. El cazador lo corta y lo mete en su canasta y no permite que ésta toque el suelo, porque luego el híkuri se sale y ya no deja que lo metan de nuevo. Uno siempre tiene que pedirle una disculpa por cortarlo, y agradecerle por dejarse cortar. El espíritu del venado nos escucha, y sabe que todo está bien.

—¿Cuánto peyote cortan?

—Nomás el necesario. Cuando ya tenemos las canastas llenas, Maraakáme ordena regresar al campamento. Si alguien sigue cortando, le dice que termine de inmediato. No se debe tomar más de lo que uno necesita. El hermano mayor se puede enojar y puede hacer que el híkuri desaparezca, y se dan casos que los buscadores regresan a su rancho sin nada en las manos.

—¿Hacen más rituales después de la cacería?

—En la noche todos comemos híkuri para ver las bellezas del mundo y de la vida. A los matewáme se les protege de los conjuros de los brujos, pues aunque el venado es un espíritu protector, también uno queda abierto y vulnerable. Se hace un baile alrededor de la fogata. Nadie cuenta nada de sus visiones, lo único que se dicen es: “los colores son hermosos”, “el maíz brilla”, “el cielo bajó”, “el cielo y la tierra se han juntado”, “mi vida es fuerte”. Así somos los huicholes. Nadie habla de sus cosas.

—¿Todos tienen experiencias parecidas?

—Eso sí es difícil saberlo. Pero los peregrinos no ven lo mismo que Maraakáme, porque Maraakáme tiene experiencias diferentes de los demás. Él recibe instrucciones de Wawatsári para guiar a su pueblo, y también busca la manera de encontrarse personalmente con Tatewarí, pues ésa es la única forma de pasar al quinto nivel.

—¿El quinto nivel?

—Es el nivel más alto del espíritu. No todos lo logran.

—¿Son cinco niveles?

—Cinco.

—¿Cuáles son los niveles, cómo los puedes describir?

—Todos son diferentes. El quinto es el más poderoso. Ahí vive el espíritu en Wirikúta, su casa.

—¿Cuántas cacerías se hacen?

—Depende de la cosecha. Algunas veces en la primera cacería conseguimos lo necesario para nuestras ceremonias de todo el año en nuestro rancho, para toda nuestra gente. Entonces ahí nos detenemos y regresamos a casa. Pero si no hemos conseguido suficiente, hacemos más cacerías.

—Cuando terminan la última cacería, ¿regresan a casa inmediatamente?

—Los hikuritámete saben que es peligroso quedarse ahí.

—¿Peligroso?

—Wirikúta se convierte en una visión. Kakauyaríxi (los sobrenaturales) acechan a los vivos. También Irumári (la pervertidora de hombres) y Nuipás ikuri (la pervertidora de mujeres) andan buscando a quién fregar. El kupúri de Tamátsi Wawatsári ya no está en ese mundo. Entonces, sin descanso levantamos el campamento y caminamos a donde el sol se pone hasta que nos dé la noche. Pero antes de salir de Wirikúta, todos lavamos nuestros huaraches y la ropa con agua de los bules. Maraakáme echa agua de su bule a las cinco esquinas del mundo y deja prendido el fuego sagrado para que se extinga solo. Todos los hermanos dejan más ofrendas y luego nos vamos, despidiéndonos con tristeza de Tatewarí y de los kakauyaríxi. Todos volteamos una vez más para ver esa tierra hermosa y caminamos cantando las plegarias. Muchos sabemos que al año siguiente habremos de volver, otros no saben. Pero todos sabemos que cuando nos llegue la muerte, regresaremos para quedarnos allá, en esa tierra hermosa, con nuestros ancestros.

—Camilo, una última pregunta: ¿cuando están en Wirikúta, nunca van ustedes a los pueblos de ahí cerca, como Real de Catorce?

—¿Para qué? Ahí no hay nada para nosotros, más que historias tristes de nuestros antepasados. En nuestra ruta nunca nos metemos a los pueblos porque ahí existen muchos peligros para nuestros espíritus.


Esa noche, bajo el cielo estrellado y la fogata que siempre mantuvieron viva, Camilo siguió platicando del viaje de regreso, aunque yo ya casi no le hacía preguntas. Después habló de otras cosas y contó leyendas y mitos de su pueblo y de su gente. Explicó cómo los huicholes encontraron al maíz o, mejor dicho, cómo el maíz encontró a los huicholes; cómo el Kiéri Tewíyari (toloache) engañó a muchos con sus poderes de dar visiones. Asimismo, relató la creación del universo, los astros y el mundo de acuerdo a los huicholes; de cómo llegó el venado a esas tierras y muchas cosas más que yo casi no apunté en mi libreta porque estaba muy cansado, aparte de que Camilo hablaba muy rápido. Otros huicholes aportaron entonces algunas anécdotas, pero el mágico recuento del viaje a Wirikúta parece estar reservado para el chamán, para el Maraakáme.

Han pasado ya muchos años desde que por última vez vi a Camilo y a la gente de El Ángel. He tenido contacto esporádico con huicholes de otras comunidades, pero no puedo decir que sienta una amistad por ellos. Desde que estoy jubilado dispongo de suficiente tiempo libre para viajar, pero ya los achaques de mi edad no me lo permiten. Añoro los tiempos aquellos de mis visitas por tierras huicholas y me gustaría volver, pero siento que tal vez me embargaría la tristeza si llegara a El Ángel para sólo enterarme que Camilo ya no está ahí y que su tepu ya no resuena para guiar a su gente. Aunque quisiera imaginarme que su kupúri se ha encontrado con los kakauyaríxi para vivir en Wirikúta por el resto de la eternidad.


Lexicón de términos huicholes usados en este relato


Eaká tewaeí = deidad del viento.

Híkuri = peyote.

Hikuritámete = cazadores de peyote.

Irumári = la pervertidora de hombres.

Kakauyaríxi = los sobrenaturales.

Kalíwei = el templo.

Kauyúmari = el espíritu auxiliador del venado.

Kiéri Tewíyari = toloache.

Kupúri = alma, fuerza de la vida.

Maraakáme = chamán, el guía, el sabio de un pueblo huichol.

Matewáme = novicios.

Muviéri = penacho de chamán. También muviéri significa las flechas ceremoniales con plumas de halcón.

Niwetúka me = la gran madre de todos los niños.

Nuipás ikuri =la pervertidora de mujeres.

Nunutsi = bebé.

Psicopompo = almas, espíritus.

Rurawémuieka = deidad de las estrellas.

Samúravi = hermano coyote.

Takwátsi = canasta sagrada donde se guardan los instrumentos ceremoniales y una jícara o bule especial en las ceremonias.

Tamátsi Wawatsári = el venado principal.

Tatéi Matiniéri = los sagrados manantiales de la fertilidad.

Tatewarí = el gran espíritu del fuego.

Tatutsí = el bisabuelo.

Tayaupá = el sol.

Tepu = tambor que sólo usan los chamanes.

Toimáyau = las madres de los niños.

Tsakaimuka = el que captura al venado.

Tsinuríta = lugar cerca de Wirikúta donde también crece peyote. Tsinuríta es el reflejo de Wirikúta.

Tsuwirí = falso peyote.

Tutú = flor.

Unáxu = punta de un cerro quemado en Wirikúta, donde nació Tayaupá.

Wakirikítema = la puerta de entrada a Wirikúta.

Wawatsári = hermano mayor, el venado principal.

Wawemé = árbol grande.

Wirikúta = la tierra sagrada de los huicholes.

Xuturi Iwiékame = la madre de los hijos.

Yé = tabaco rústico o silvestre.

Yekwé-te = bule de tabaco.

Yékwei = bule sagrado.

Credito:
Escrito por Homero Adame el Miércoles, 10 de Diciembre del 2008 a las 1:40 pm

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